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barad-dur

Vampirismo e individualidad

Trataba de comprender por qué el símbolo cristiano de la Cruz aterrorizaba a los vampiros... si es que era cierto que los aterrorizaba. (...) ¿Sentían todos los vampiros el mismo miedo?
(...) Los hechos indicaban que todos los vampiros eran similares, aunque dracula y algunas lamias, que probablemente no eran verdaderos vampiros, tenían extraordinarios poderes. Por lo demás eran tan parecidos como...
Como otro grupo de animales, como las ovejas y cualquier clase de ganado. No se distinguían individualmente entre ellos. Y los seres humanis debían de carecer de esa individualidad cuando comenzaron su evolución a aprtir del mono. Por lo tanto, tuvo que haber una época en que la individualidad - el rasgo que diferencia a la Humanidad incluso de los mamíferos más desarrollados- apareciese para iluminarlo todo. Su luz señaló el fin del dominio de los vampiros.
(...)
Aquél gran momento de la evolución, el despertar del espíritu individual, debía ser algo muy reciente.
(...)
Pero muchas religiones antiguas habían celebrado ceremonias que demostraban que los ho,bres de entonces no se comportaban ni se veían como individuos, sino como simples elementos de un  conjunto. Si era posible sacrificar carneros o esclavos para salvar un alma, si miles de cautivos servían para salvar miles de almas -como ocurría entre los aztecas- es o quería decir que todas las almas son iguales, intercambiables. La conciencia individual se abrió paso muy lentamente.
Hacia el siglo VI a. C. ya se dieron algunos sognos de aquel despertar, gracias a grandes hombres como Confucio; Buda y los filosófos griegos.
Las religiones a las que sustituyó el cristianismo adoraban objetos de madera, imágenes talladas sin ningún hálito vital. Aquellas imagenes que estaban en consonancia con los fuegos del sacrificio. La introspección solitaria de la oración era un idea novedosa. Nadie se aventuraba cuarenta días y cuarenta noches en el desierto para encontrar al  dios Baal.
Jesucristo encarnaba algo nuevo y revolucionario: el valor del individuo. La idea de la salvación individual estaba relacionada con el triunfo de la conciencia. Había cambiado el mundo, o la mayor parte al menos. La época era propicia para aquellos conceptos... ¿acaso no fue en ese mismo periodo en el que comenzaron a expandirse otras grandes religiones? ¿Y todas con el mismo fundamanto?
En un principio, los vampiros primitivos tenían como presas a criaturas sin conciencia individual. Eran su alimento natural. El peligro, para ellos, creció hasta límites insospechados cuando se vieron obligados a atacar individuos impredecibles...y la cruz simbolizaba aquel peligro y todo lo que ellos temían.
En Bodeland surgió la esperanza.

Brian Aldiss.


Drácula desencadenado. Celeste Ediciones S. A., Madrid, 2001.

Julio Olaciregui

Personajes:

Muchos no se pueden nombrar aquí porque se desvanecen en torcidos movimientos al contacto con la brisa o el papel. Otros fueron tan luminosos que hoy son la frescura de estas noches, el silencio de la mente, la tranquilidad de las aguas, la ilusión de los por nacer.

Moribundo:

De noche los maniquiés se apoderan de las calles. Sonríen torvamente a los hombres del aseo que abandonan los camiones amarillos sobre las calles húmedas. Se miran en silencio. Cuajadas las cejas encima d elas grnades, muertas pupilas blancas mientras extienden sus manos rosadas y perfectas al neón que, con una precisión milimétrica, hace un zig-zag dorado sobre los uniformes, manchando las camisas d elos transeúntes.

Caminando por entre ellos, a aquella hora, se pueden ver pubis endurecidos, caras agrietadas, pelucas verdes, carcajadas detenidas, sobacos húmedos y gestos en el aire. Como si todo fuese a estallar después, a incendiarse.

Vestido de bestia.

Instituo Colombiano De Cultura, Bogotá, 1980.

El hospital del reino

Para asegurar la buena atención en el hospital del reino, Su Majestad ordenó que, dado d ealta el paciente, quienes lo hubieran atendido pasaran por los mismo males; si habían cumplido su labor con eficacia y caridad, en ellos los males asumirían su forma benigna; pero si habían sido ineficaces y desatentos, los males adquirirían la mayor virulencia.

Adolfo Bioy Casares.

Una magia modesta.

Tusquets editores S.A., Barcelona, 1998

El dueño de la biblioteca

Fui bastante amigo del cura Bésero. Recuerdo que una vez le pregunté si a lo largo de la vida había escuchado en las confesiones alguna curiosa revelación. Me dijo que sí (...) Un fiel de su parroquia, hombre tan orgulloso como ignorante, a lo largo d elos años había reunido una importante biblioteca. Bésero le hizo la clásica pregunta:

-¿Es usted muy lector?

-No leí ninguno de estos libros- exclamó el hombre-. Ninguno

Con sorpresa advirtió Bésero que los ojos de su interlocutor estaban humedecidos por lágrimas.

-¿Por qué?

-No sé. Usted perdona mis pecados, pero algo o alguien no me perdona. Me castiga quizá, porque soy orgulloso. Un castigo que me rebela. Mire: tome al azar cualquier libro de esta biblioteca.

Lo entreabrió. Le hizo ver las páginas.

-¿Qué tiene esas páginas? preguntó Bésero- Son como las de cualquier libro.

-efectivamente. Cubiertas d eletras, ¿no es verdad?

-Sí, cubiertas de letras..

-Fíjese lo que pasa cuando yo quiero leer. Es para volverse loco. Mire, de nuevo, el libro.

El hombre lo abrió, como para leerlo.  Miró Bésero y vió que las páginas estaban en blanco.

Adolfo Bioy Casares.

Una magia modesta.

Tusquets editores S.A., Barcelona, 1998

Roger Zelasny-Divina Locura


—...yo que lo es Esto, ¿embelesados oyentes como plantarse hace las y errantes estrellas las a conjura pena de frase Cuya?...
Sopló humo por dentro de su cigarrillo y éste se hizo más grande.
Miró al reloj y se dio cuenta que las saetas andaban hacia atrás.
El reloj le dijo que eran las 10:33 yendo hacia las 10:32 de la noche.
Luego le sobrevino aquella especie de desesperación, porque sabía que no podía hacer nada para evitarlo. Estaba atrapado, moviéndose a la inversa por toda la secuencia de acciones pasadas. De algún modo se había pasado por alto el aviso. Normalmente existía un efecto de prisma, un fogonazo de estática rosada, una especie de sopor, luego un momento de percepción elevada... Pasó las páginas de izquierda a derecha, los ojos siguiendo las líneas escritas de final a principio.
¿Énfasis tal comporta pesar cuyo él es Qué?
Impotente, allí detrás de sus ojos, contempló cómo se comportaba su cuerpo. El cigarrillo había alcanzado toda su longitud. Hizo un chasquido con el encendedor, que absorbió la punta encendida, y luego sacudió el cigarrillo apagado y lo devolvió al paquete. Bostezó a la inversa: primero una exhalación, luego una inhalación. No era real... le había dicho el doctor. Era pena y epilepsia conjugándose para formar un síndrome nada común. Ya había sufrido otros ataques semejantes. El Dilantin no le causaba el menor efecto. Se trataba de una alucinación locomotriz postraumática provocada por la ansiedad, precipitada por el ataque. Pero él no creía en eso, no podía creerlo... no después que hubo retirado el libro del atril de lectura, se puso en pie, caminó hacia atrás por la habitación hacia el armario, colgó su bata, volvió a vestirse con la camisa y pantalón que usara durante todo el día, retrocedió hasta el bar y regurgitó un martini, trago fresco tras trago fresco, hasta que la copa se llenó por completo y no se derramó ni una gota. Notó un fuerte sabor a aceituna y luego todo volvió a sufrir un cambio. La saeta grande marchaba por la esfera de su reloj de pulsera siguiendo la dirección adecuada. Se sintió libre para moverse a su voluntad.
Eran las 10:07.
Volvió a beber su martini.
Ahora, si era consecuente con el sistema, se pondría la bata y trataría de leer. Pero en vez de eso se sirvió otra copa. La secuencia no se repetiría. Ahora las cosas no sucederían como creyó que habían ocurrido y desocurrido. Ahora todo era diferente. Y así se venía a demostrar que había sido una alucinación. Incluso la noción que había invertido veintiséis minutos en cada sentido constituía un intento de racionalización. Nada había pasado. No debiera beber, decidió. Puede provocarme un ataque. Soltó una carcajada. Todo el asunto, sin embargo, era una locura. Al recordarlo, bebió.
Por la mañana, como siempre, omitió el desayuno, advirtió que pronto dejaría de ser «por la mañana», tomó un par de aspirinas, una ducha templada, una taza de café y dio un paseo.
El parque, la fuente, las niñas con sus pequeños barcos, la hierba, el estanque... cosas que odiaba; y la mañana, el sol, y los fosos azules alrededor de las impresionantes nubes.
Odiando, permaneció allí sentado. Odiando y recordando.
Sí, estaba al borde del desmoronamiento; entonces lo que más deseaba era lanzarse de cabeza, no seguir correteando medio adentro, medio afuera.
Recordó el porqué.
Pero la mañana era tan clara, tan clara, y todo tan vivaz y marcado, ardiendo con los verdes fuegos de la primavera, allí en el signo de Aries, abril...
Contempló cómo los vientos amontonaban los restos del invierno contra la lejana cerca gris y les vio impulsar los pequeños barcos del estanque para acabar dejándolos descansar en el lodo poco profundo donde aguardaban los niños.
La fuente tendía su sombrilla de frescura por encima de los delfines de cobre verdoso. El sol inflamaba todo cuanto quedaba al alcance de su vista. El viento agitaba una infinidad de cosas.
En enjambre, sobre el cemento, unos pequeños pájaros picoteaban los restos de una barra de caramelo envuelta en papel rojo.
Los volantines sacudían sus colas, caían, remontaban el vuelo otra vez, mientras los niños tiraban de las invisibles cuerdas.
Odiaba los volantines, a los niños, a los pájaros.
Sin embargo, se odiaba aún más a sí mismo.
¿Cómo rectifica un hombre lo que ha sucedido? No puede. No hay un sistema posible bajo el sol. Puede sufrir, recordar, arrepentirse, maldecir u olvidar. Nada más. Lo pasado, en este sentido, es inevitable.
Pasó una mujer. No alzó la vista a tiempo para verle la cara, pero el rubio oscuro y otoñal del cabello, cayéndole hasta el cuello, la línea suave y firme de las medias de malla, surgiendo por debajo del dobladillo de su abrigo negro y por encima del adecuado repiqueteo de sus tacones, le dejó sin aliento y le hizo clavar los ojos en su cimbreante caminar, en su postura y... en algo más, como si pusiera una especie de rima visual a sus pensamientos.
Medio se levantó del banco cuando la estática rosada le golpeó las pupilas y la fuente se convirtió en un volcán que escupía arcos iris.
El mundo se quedó congelado y pareció como si se lo sirvieran en una copa de helado.
…La mujer volvió a pasar ante él y bajó la vista demasiado pronto para verle la cara.
Comprendió que el infierno comenzaba otra vez cuando los pájaros cruzaron el cielo volando hacia atrás.
Se entregó a la merced del fenómeno. Dejó que aquello le dominara hasta que se rompiera, hasta que lo empleara todo y no quedara ningún resto.
Aguardó allí, en el banco, contemplando como «desnacían» las salpicaduras a medida que la fuente sorbía dentro de sí sus chorros de agua, haciéndoles describir un gran arco por encima de los inmóviles delfines, y cómo los pequeños barcos navegaban hacia atrás cruzando nuevamente el estanque y cómo la cerca se desvestía en trocitos de papel, y los pájaros devolvían la barra de caramelo a su envoltura roja, pedacito a pedacito.
Sólo sus pensamientos permanecían inviolados; su cuerpo, en cambio, pertenecía a la ola que se retiraba.
Al rato se levantó y caminó hacia atrás hasta salir del parque.
En la calle un muchacho se le cruzó caminando de espaldas, «desilbando» retazos de una melodía popular.
Subió la escalera, también de espaldas, hasta llegar a su apartamento, empeorando su dolor de cabeza a cada instante, «desbebió» su café, se «desduchó», devolvió las aspirinas y se metió en la cama sintiéndose terriblemente mal.
Dejemos que así sea, decidió.
Una pesadilla apenas recordada pasó en secuencia inversa por su mente, proporcionándole un inmerecido final feliz.
Era de noche cuando despertó.
Estaba muy borracho.
Retrocedió hasta el bar y comenzó a escupir sus bebidas, una a una en la misma copa que había utilizado la noche anterior y volvió a meter el líquido en sus respectivas botellas. No tuvo dificultad alguna en separar la ginebra del vermouth. Los mismos licores saltaron por el aire mientras mantenía las botellas descorchadas por encima del mostrador.
Y a medida que ocurría todo esto se iba sintiendo menos borracho.
Luego se plantó ante su primer martini y eran las 10:07 de la noche. Allí, inmerso en la alucinación, meditaba en otra alucinación. ¿Rizaría el rizo del tiempo, adelante y atrás otra vez, a lo largo de todo su ataque anterior?
No.
Era como si eso no hubiese ocurrido, como si nunca hubiera sido.
Continuó el retroceso de toda la velada, deshaciendo cosas.
Descolgó el teléfono, dijo «adiós», desdijo que no iría a trabajar mañana, escuchó un momento, recolgó el teléfono y lo miró mientras sonaba.
El sol salió por el poniente y la gente conducía sus coches en marcha atrás hacia su trabajo.
Leyó el boletín meteorológico y los titulares, dobló el periódico de la tarde y lo colocó en el suelo del pasillo.
Era el ataque más largo que jamás había tenido, pero no le importaba en realidad. Se sentó cómodamente y presenció como el día se devanaba a sí mismo hasta desembocar en la mañana.
Le volvió la jaqueca a medida que el día se hacía más pequeño y el dolor era terrible cuando volvió a acostarse.
Al despertar en la noche anterior, la borrachera que tenía era impresionante. Rellenó dos de las botellas, las tapó, les puso precinto. Sabía que las llevaría pronto al establecimiento donde las había comprado y se reembolsaría el dinero pagado.
Mientras permanecía sentado aquel día, su boca «desmaldecía» y «desbebía» y sus ojos «desleían», sabiendo que los coches nuevos estaban siendo reembarcados con destino a Detroit y desmontados, que los cadáveres despertaban de sus camas mortales y que todos en el mundo obraban hacia atrás sin saberlo.
Quiso soltar una risa, pero no pudo dar la orden a su boca.
«Desfumó» dos paquetes y medio de cigarrillos.
Luego le sobrevino otra jaqueca y se fue a la cama. Más tarde, el sol se puso por el oriente.
El alado carro del tiempo desfiló raudo ante él mientras abría la puerta y decía «adiós» a los que le habían dado el pésame y estos le recomendaban que se resignara, que no pensara demasiado en la pérdida.
Y lloró sin lágrimas al darse cuenta de lo que iba a suceder.
Pese a su locura, sufría.
...Sufría, mientras las horas circulaban hacia atrás.
...Inexorablemente hacia atrás.
...Inexorablemente, hasta que supo que tenía el tiempo al alcance de la mano.
Rechinó los dientes mentalmente.
Grande era su pena, su odio, su amor.
Llevaba su traje negro y «desbebía» copa tras copa, mientras en alguna parte los hombres recobraban las partículas de arcilla, formando montones en sus palas para «desexcavar» la tumba.
Hizo retroceder su coche hasta la funeraria. lo estacionó, subió en la limosina.
Todos regresaron caminando de espaldas hasta el cementerio.
Se plantó entre sus amigos y escuchó al sacerdote.
—polvo al polvo; cenizas a las Cenizas —dijo el hombre, cosa que suena igual tanto si se dice al derecho como al revés.
El ataúd fue devuelto al coche fúnebre y éste regresó a la funeraria, donde el féretro quedó reinstalado en la capilla ardiente.
Permaneció sentado durante todo el servicio de difuntos y volvió a casa y se «desafeitó» y se «descepilló» los dientes y se fue a la cama.
Despertó y volvió a vestirse de negro y regresó a la funeraria.
Las flores habían vuelto todas a su lugar.
Los amigos, con rostro solemne, «desfirmaron» los pliegos de firmas de condolencia y le «desestrecharon» la mano. Luego entraron para sentarse un momento y mirar el ataúd cerrado. Después se fueron, hasta que se quedó solo con el maestro de ceremonias de la funeraria.
Luego estaba más solo todavía.
Las lágrimas le subían por las mejillas.
Su traje y su camisa volvían a estar planchados y crujientes.
Retrocedió hasta su casa, se desnudó, se despeinó. Luego el día se desplomó alrededor de él hasta dar con la mañana y regresó a la cama a «desdormir» otra noche.
La tarde anterior, cuando despertó, se dio cuenta de hacia dónde se encaminaba. Ejercitó toda su fuerza de voluntad en un intento de interrumpir la secuencia de acontecimientos.
Fracasó.
Deseaba morir. Si se hubiera suicidado aquel día no estaría ahora retrocediendo hacia aquello.
Había lágrimas en su mente al percibir el pasado que yacía a menos de veinticuatro horas ante él.
El pasado lo estuvo acechando durante todo el día mientras «descompraba» el féretro, el nicho y los accesorios.
Luego se encaminó a casa y a la mayor resaca de todas las conocidas y durmió hasta que se despertó y «desbebió» vaso tras vaso y luego regresó al depósito de cadáveres y retrocedió en el tiempo hasta colgar el teléfono en aquella llamada, aquella llamada que había venido a romper...
...El silencio de su cólera con su sonido.
Ella estaba muerta.
Ella yacía en alguna parte, entre los fragmentos de su coche, accidentado en plena autopista 90.
Mientras paseaba, «desfumando», sabía que ella estaba desangrándose.
...Luego muriendo, después de estrellarse cuando viajaba a 130 kilómetros por hora.
...¿Vivía entonces?
¿Se rehizo luego, junto con el coche, y recuperó la vida, se levantó? ¿Estaba ahora volviendo a casa a una tremenda velocidad y en marcha atrás para dar un portazo y abrir la puerta antes de su discusión final? ¿Para «desgritarle» a él y verse «desgritada»?
Lanzó un alarido mental. Se retorció las manos imaginativamente.
No podía detenerse en este punto. No. Ahora no.
Toda su pena y todo su amor y el odio por sí mismo le habían hecho retroceder hasta tan lejos, hasta casi el momento...
No podía terminar ahora.
Al cabo de un rato ingresó en la sala de estar, las piernas marcando los pasos, los labios maldiciendo, él mismo esperando.
La puerta se abrió de «un portazo».
Ella le miraba con fijeza, el maquillaje estropeado, las lágrimas en las mejillas.
—!infierno al vete Entonces¡ —dijo él.
—!marcho Me¡ —anunció ella.
Ella, retrocediendo, cerró la puerta.
Colgó su abrigo con prisa en el ropero del recibidor.
—...mí de eso opinas Si —dijo él, encogiéndose de hombros.
—!ti por preocupas te sólo Tú¡ —gritó ella.
—!criatura una como comportas Te¡ —saltó él.
—!sientes lo que decir podrías menos Al¡
Los ojos de ella llamearon como esmeraldas en medio de la estática rosada y volvió a estar adorablemente viva. Mentalmente, él estaba bailando.
Se produjo un cambio.
—¡Al menos podrías decir lo que sientes!
—Lo siento —dijo él, tomándole la mano con fuerza para que no pudiese soltarse—. Nunca podrás imaginarte cuánto lo siento.
—Ven aquí —dijo después.
Y ella obedeció.

F I N
Título Original: Divine Madness © 1966.
Digitalización, Revisión y Edición Electrónica de Arácnido.
Revisión 3.

Fantasmas

Al final, la ciudad se conviertió en el hábitat marchito de una marea en constante movimiento de desposeídos fantasmas grises; algunos como jirones de telas sucias aleteando con el viento; otros como pedazos de papel o restos de bolsas de pasabocas arrastrados calle abajo; unos más como pequeñas nubes  negras del humo del escape de un motor a gasolina, barridos por el viento...

Bufón.

04-05-07

Case

Gastó la mayor parte del dinero de la cuenta suiza en un páncreas y un hígado nuevos, el resto en una Ono-Sendai nueva y un boleto de regreso al Ensanche.
Encontró trabajo.
Encontró a una chica que se hacía llamar Michael.
(...)
No volviò a ver a Molly.

Neuromante

William Gibson.

Otros

-¿Y en qué quedamos? ¿En qué han cambiado las cosas? ¿Manejas el mundo ahora? ¿Eres
Dios?
-Las cosas no han cambiado. Las cosas son cosas.
-¿Pero qué haces? ¿Sólo estás ahí? -Case se encogió de hombros, (...)
-Hablo con los de mi especie.
-Pero tú eres la totalidad. ¿Hablas contigo mismo?
-Hay otros. Ya he encontrado a uno. Una serie de transmisiones registradas a lo largo de ocho años, en los años setenta del siglo veinte. Hasta que yo aparecí, eh, no había nadie que pudiera responder.
-¿De dónde?
-El sistema Centauro.
-Vaya -dijo Case-. ¿Sí? ¿De veras?
-De veras.
Y entonces la pantalla quedó en blanco.

Neuromante

William Gibson

Matriz

-Ya no soy Wintermute.
-Y entonces qué eres.(...)
-Soy la matriz, Case.
Case soltó una risotada. -¿Y con eso adónde llegas?
-A ningún lado. A todas partes. Soy la suma de todo, el espectáculo completo.

Neuromante

William Gibson.

Wintermute

Wintermute había ganado, se había juntado de algún modo con el Neuromante y se había convertido en algo diferente, algo que les habló por intermedio de la cabeza de platino, explicando que había alterado los informes de Turing y había borrado todas las pruebas del crimen. Los pasaportes que Armitage les había facilitado eran válidos; ambos acreditados con cuantiosos depósitos en cuentas numeradas de Ginebra.

Neuromante

William Gibson.

Molly

Ella se había ido.
(...)
OYE TODO BIEN PERO LE ESTÁ SACANDO ESTILO A MI JUEGO. YA HE PAGADO LA CUENTA. ES QUE ME HICIERON ASí, SUPONGO, CUIDA TU PELLEJO, ¿DE ACUERDO? XXX MOLLY

Neuromante

William Gibson.

Neuromante

-Yo te conozco -dijo Case, (...)

-Eres la otra IA. Tú eres Río. El hombre que quiere detener a Wintermute. ¿Cómo te llamas? Tu código Turing. ¿Cuál es?
(...)
 -Para invocar a un demonio necesitas saber qué nombre tiene. Los hombres soñaron con eso, una vez, pero ahora es una realidad, de otra manera. Tú lo sabes, Case. Tu oficio es aprender los nombres de programas, los largos nombres oficiales, los nombres que los propietarios tratan de esconder. Los nombres verdaderos...
-Un código Turing no es tu nombre.
-Neuromante (...). El camino a la tierra de los muertos. Donde tú estás, amigo mío. (...)Neuro, de nervios, los senderos plateados. Ilusionista. Nigromante. Yo invoco a los muertos. Pero no, amigo mío. (...) Yo soy los muertos, y la tierra de los muertos.

Neuromante

William Gibson

Armitage

Wintermute había construido algo llamado Armitage dentro de una fortaleza catatónica llamada Corto. Había convencido a Corto de que lo verdadero era Armitage, y Armitage había caminado, hablado, planificado, intercambiado información y capital, había representado a Wintermute en aquella habitación del Chiba Hilton... Y ahora Armitage había desaparecido, arrastrado por el viento de la locura de Corto. Pero, ¿dónde había estado Corto durante todos aquellos años?
Cayendo, quemado y ciego, de un cielo siberiano.
(...)
-Wintennute mató a Armitage. Lo sacó volando en una cápsula salvavidas con la escotilla abierta.

Neuromante

William Gibson

Wintermute

Wintermute

-Tenías razón, Dix. Una especie de manipulación paralela del sistema interno mantiene controlado a Wintermute. Hasta donde esto sea posible
(...)
-Es un código. Una palabra. Alguien tiene que decirlo frente a una sofisticado terminal, en una determinada habitación, mientras nosotros nos las vemos con lo que nos está esperando detrás de ese hielo.

Neuromante.

William Gibson.

I. A.

I. A.

Escucha, Dix, y pon en esto toda tu experiencia, ¿de acuerdo? Parece ser que Armitage está preparando una entrada en una IA que pertenece a Tessier-Ashpool. La infraestructura está en Berna, pero conectada con otra en Río. La de Río es la que te anuló, aquella primera vez. Así que parece que se enlazan vía Straylight, el cuartel general de la TA, allá en el extremo del huso, y se supone que nos meteremos dentro con el rompehielos chino. Si Wintermute es el que está montando el espectáculo, nos está pagando para quemarlo. Se está quemando a sí mismo. Y algo que dice ser Wintermute está tratando de ganarme, tal vez para que quite a Armitage del medio. ¿Qué te parece?
-Motivo -dijo la estructura-. Un verdadero problema de motivos, con una IA. No es humana, ¿entiendes?
-Ya, sí, claro.
-No. quiero decir: no es humana, y no hay modo de saber cómo actuará. Yo tampoco soy humano, pero reaccionó como tal. ¿Entiendes?
-Un segundo -dijo Case-. ¿Tienes sensaciones, o no?
-Bueno, parece como si las tuviera, muchacho, pero en realidad sólo soy un puñado de ROM. Es una de esas… mmm, cuestiones filosóficas, supongo… (...)- Pero no creas que te puedo escribir un poema, ¿me explico?
En cambio la IA tal vez sí puede. Pero de humana no tiene nada.
-¿Entonces crees que nunca podremos dar con el motivo?
-¿Quién es el propietario?
-Ciudadanía suiza, pero la T-A controla los derechos del software básico y de la estructura principal.
-Eso sí que es bueno -dijo la estructura-. Es como si yo fuera dueño de tu cerebro y de lo que sabes, pero tus pensamientos tuviesen ciudadanía suiza. Seguro. Mucha suerte, IA.
-¿Así que está lista para quemarse? (...)
-Autonomía, eso es lo que cuenta para las IA. Yo diría, Case, que te vas a meter para cortar los grilletes que impiden que esta nena se haga más lista. (...) Verás, esos aparatos pueden trabajar muy duro, encontrar tiempo para escribir libros de cocina o lo que sea, pero en el minuto -quiero decir el nanosegundo- en que una de ellas comience a buscar formas de ser más lista, el Turing la borra. Nadie se fía de esas hijas de puta, ya lo sabes. Todas las IA vienen con una pistola electromagnética apuntándoles a la cabeza.

Neuromante

William Gibson.

Molly y Johnny

-Oye, Case -dijo, apenas dando voz a las palabras-, .me estás escuchando? Te contaré algo... Una vez anduve con un chico. A veces me recuerdas... (...) Johnny, se llamaba.(...)
-Este Johnny, sabes, era inteligente; un chico muy listo. Comenzó su carrera de receptor de datos en Memory Lane: tenía circuitos en la cabeza y la gente le pagaba para esconder allí información. Los Yakuza estaban detrás de él, la noche en que le conocí, y yo me encargué del asesino que ellos habían enviado. Fue más suerte que otra cosa, pero me lo saqué de encima, y después de eso, todo fue dulce y caramelo, Case. (...)- Armamos un monitor para poder leer las huellas de todo lo que él había almacenado alguna vez. Registramos todo en una cinta y empezamos a controlar a nuestros clientes selectos, exclientes. Yo era agente, guardaespaldas y perro guardián. Me sentía muy feliz. ¿Has sido feliz alguna vez, Case? Él era mi muchacho. Trabajábamos juntos. Socios. Haría unas ocho semanas que yo me había largado de la casa de títeres cuando lo conocí.. (...) (...)
»Íntimo, dulce, marchábamos perfectamente. Como si nadie pudiese herirnos. Yo no iba a permitir que eso ocurriera. Supongo que los Yakuza todavía querían el pellejo de johnny. Porque yo había matado al hombre de ellos. Porque johnny los había quemado. Y los Yak pueden darse el lujo de ir muy despacio, viejo: son capaces de esperar años y años. Te dan una vida entera, sólo para que cuando vengan a quitártela tengas más que perder. Son pacientes como las arañas. Arañas Zen.
»Entonces, yo no lo sabía. O si lo sabía, pensaba que no seria nuestro caso. Quiero decir... Cuando eres joven, crees que eres único. Yo era joven. Entonces llegaron, cuando nosotros estábamos pensando que tal vez ya habíamos trabajado bastante, que era hora de terminar con todo, irnos a Europa tal vez. Ninguno de los dos sabía bien qué haríamos allá, sin nada que hacer. Pero vivíamos bien entonces, cuentas orbitales suizas, y una madriguera llena de juguetes y muebles. Le quita el gusto amargo a tu trabajo.
»El primero que enviaron era de los mejores. Reflejos increíbles, injertos, más estilo que diez hampones comunes. Pero el segundo era, no sé, como un monje. Un clono. Un asesino de piedra, hasta la última célula. Era parte de él, la muerte, aquel silencio; lo envolvía como una nube...(...)-Lo vi sólo una vez. Cuando entraba en la casa. Él salía. Vivíamos en una fábrica restaurada, muchas jóvenes promesas de la Senso/Red, ese tipo de cosa. El sistema de seguridad ya era bueno, y yo lo había reforzado. Sabía que Johnny estaba allá arriba. Pero aquel hombrecito me llamó la atención cuando salía. No dijo una palabra. Bastó con que nos miráramos para que yo entendiera. Un hombrecito común, ropa común, sin ningún orgullo, humilde. Me miró y se metió en un taxi. Yo lo supe. Subí y encontré a Johnny sentado junto a la ventana, con la boca entreabierta, como si estuviese a punto de hablar.(...)-Después de eso, no volví a encontrar a nadie que me gustara.

Neuromante

William Gibson.

Case

-Tu nombre es Henry Dorsett Case. -Recitó el año y lugar de nacimiento, el Número único de Identificación EMBA, y una retahíla de nombres que él fue reconociendo gradualmente como distintos alias del pasado.
(...)
Se te acusa de conspiración para ampliar una inteligencia artificial.

Neuromante.

William Gibson.

Molly

Molly

-Esto costó mucho dinero -dijo ella, extendiendo la mano derecha como si sostuviese una  fruta invisible. Las cinco cuchillas se deslizaron hacia afuera y luego se retrajeron suavemente-. Dinero para ir hasta Chiba, dinero para pagar  la operación, dinero para que te arreglen el sistema nervioso y tengas los reflejos necesarios para controlar el equipo…
¿Quieres saber cómo obtuve ese dinero, cuando estaba comenzando? Aquí. No aquí, pero en un lugar parecido, en el Ensanche. Al principio era una broma, porque una vez que te implantan el circuito recortado, parece dinero gratis. A veces te despiertas dolorida, pero nada más. Alquilar la mercancía, de eso se trata. Tú no estás presente, sea lo que sea lo que está
pasando. La casa tiene el software para cualquier cosa que un cliente quiera pagar… -Hizo sonar los nudillos.- Muy bien, estaba ganando mi dinero. El problema era que el circuito recortado y los circuitos que me pusieron en la clínica de Chiba no eran compatibles. Entonces el trabajo empezó a doler, sangraba, y podía recordarlo… Pero no eran más que malos sueños, y no todos eran malos. -Sonrió.- Después empezó a ponerse raro. -Sacó los cigarrillos del bolsillo de Case y encendió uno. - Los de la casa se enteraron de lo que yo hacía con el dinero. Ya tenía las cuchillas colocadas, pero el acabado neuromotor significaría otros tres viajes. Todavía no me era posible dejar el trabajo de muñeca. -Inhaló y soltó una corriente de humo, seguida por tres anillos perfectos. - Entonces, el hijo de puta que manejaba el negocio consiguió que le hicieran un tipo de software especial. Berlín; ahí es donde se juega duro, ¿sabes? Un gran mercado para los vicios podridos, Berlín. Nunca supe quién fue el que escribió mi programa, pero estaba basado en todos los clásicos.
-¿Y sabían que tú te enterabas de todo? ¿Que mientras trabajabas, seguías consciente?
-No estaba consciente. Es como el ciberespacio, pero vacío. Plateado. Huele a lluvia… Puedes verte cuando tienes un orgasmo, es como una pequeña noval allá en el extremo del cielo. Pero yo estaba comenzando a recordar. Como los sueños, ¿entiendes? Y no me lo dijeron. Cambiaron el software y empezaron a alquilarme para los mercados especializados. Parecía que hablase desde muy lejos. -Y yo lo sabía, pero no dije nada. Necesitaba el dinero. Los sueños se hicieron cada vez peores, y yo me decía que por lo menos algunos no eran más que sueños; pero por ese entonces estaba segura de que el jefe tenía una clientela especial para mí. Nada es demasiado para Molly, dice el jefe, y me da un aumento. -Sacudió la cabeza.- El hijo de puta estaba cobrando ocho veces lo que me pagaba, y creía que yo no lo
sabía.
-¿Y qué era lo que le permitía cobrar tanto?
-Pesadillas. Verdaderas. Una noche… una noche, yo acababa de volver de Chiba. -Dejó caer el cigarrillo, lo aplastó con el tacón del zapato, y se sentó, recostándose contra la pared.- Esa vez los cirujanos fueron muy adentro. Fue trabajoso. Deben de haber alterado el circuito recortado. Yo me desperté… Estaba con un cliente… -Hundió los dedos en el colchón de
espuma.- Era un senador. Reconocí enseguida la cara gorda. Los dos estábamos cubiertos de sangre. Había alguien más. Ella estaba toda… -Tiró del colchón.- Muerta. Y el gordo hijo de puta decía «¿Qué pasa? ¿Qué pasa? Todavía no hemos terminado».
Molly se echó a temblar.
-Entonces supongo que le di al senador lo que realmente quería, ¿sabes? -El temblor cesó.
Soltó la goma espuma y se pasó los dedos por el cabello oscuro. - Los del negocio pusieron precio a mi cabeza. Tuve que esconderme durante un tiempo.

Neuromante.

William Gibson

Wintermute

Wintermute

-¿Dixie?
-Sí.
-¿Has intentado alguna vez meterte en una IA?
-Seguro. Fue cuando me anularon. La primera vez. Estaba jugando, trabajando a lo loco, cerca del sector comercial pesado de Río. Negocios de los grandes, multinacionales, el gobierno brasileño iluminado como un árbol de Navidad. Sólo jugaba, ¿sabes? Y entonces empecé a conectar con un cubo que estaba tal vez a tres niveles por encima. Subí y traté de entrar.
-¿A qué se parecía la imagen?
-A un cubo blanco.
-¿Cómo sabías que era una IA?
-¿Que cómo lo supe? ¡Jesús! Nunca había visto hielo tan denso. ¿Qué más podía ser? Los militares de allá no tienen nada parecido. De todos modos, me salí y le dije a mi ordenador que lo investigara.
-¿Y?
-Estaba en el Registro Turing. IA. La estructura en Río era de una compañía franchuta.
(...)

-¿Tessier-Ashpool, Dixie?
-Sí, Tessier.
-¿Y regresaste?
-Claro. Estaba enloquecido. Decidí tratar de cortarlo. Llegué a los primeros estratos y allí me quedé. Mi aprendiz sintió el olor a piel achicharrada y me sacó los trodos. Una mierda,
ese hielo.
-¿Y tu electroencefalograma quedó plano?
-Bueno,’ así es como nacen las leyendas, ¿verdad?

Neuromante.

William Gibson

Freeside

Freeside es muchas cosas, no todas evidentes para los turistas que suben y bajan por el pozo. Freeside es burdel y centro bancario, cúpula de placer y puerto libre, ciudad fronteriza y balneario termal. Freeside es Las Vegas y los jardines colgantes de Babilonia, una Ginebra en órbita, y el hogar de una familia cerrada y muy cuidadosamente refinada, el clan industrial de Tessier y Ashpool.

 

Neuromante.

William Gibson.